Breve relato de brujería y pesadillas.
Era un día entre semana como otro cualquiera, todavía se respiraba el ambiente festivo de los primeros días del año, pero la gente ya volvía a sus quehaceres habituales. Por el suelo sin asfaltar del pueblo, aparte de los pequeños riachuelos que formaba la lluvia, se distinguían ya las roderas del trajín de los carros.
Yo había procurado acicalarme un tanto para la ocasión, aquella tarde iba a presentar un jerez dulce y especiado de nuestra cosecha. Mi padre me había permitido el lujo de estampar en los adhesivos un microrrelato mío en honor al brebaje, así pues, me había puesto uno de mis entallados trajes negros, una camisa blanca y un corbatín negro.
Mis padres y yo habíamos bajado a la casa del pueblo a hacer aquella presentación. Gracias a los contactos de mi padre aquello parecía más la inauguración de una importante exposición pictórica que la lectura de un microrrelato. Habían venido todos los nuevos empresarios, todos aquellos que querían hacerse un hueco en la vida social y aquellos a los que no se les había concedido por alcurnia; los actos culturales siempre eran una buena llave para tal cerradura. También habían acudido a la pequeña ceremonia los clásicos, los que decían descender de la sangre azul y la prole de las familias con larga tradición de comerciantes.
Apenas recuerdo nada de la lectura, abrí una botella del vino y con una copa en la mano me subí a un pequeño púlpito improvisado con un entablado basto que a punto estuvo de hacerme tropezar y dejarme en el más absoluto ridículo. Luego procedí a la lectura del relato, que venían a ser dos prosaicos párrafos resumiendo la leyenda de una bruja que supuestamente había aterrorizado la comarca hacía un par de generaciones.
El vino llevaba el nombre de la susodicha, un nombre que ahora mismo no me atrevo a escribir.
Fue por lo tanto un acto tan breve casi como el mismo texto, pero no pareció dejar a nadie indiferente, algunos trataban de disimular su desaprobación ante la idea de hacer un acto únicamente para la presentación de un vino, o de ocultar el hecho de vender un producto gracias a una historia popular; pero, para los que conocían la leyenda las sensaciones eran totalmente contrarias. Desde el escaño llegué a percibir aterradas miradas que horadaban las sombras que nos rodeaban en el jardín de la casa grande del pueblo. La ostentosa edificación era propiedad de unos allegados a mi padre que parecían más pendientes de exhibir sus riquezas que de apoyar realmente la causa que nos había movilizado a todos hasta aquel parque bajo la luz de los candiles.
Fue una suerte que comenzase a llover. En grupos pequeños, cada uno con su propio candil se fueron dispersando, la mayor parte pusieron rumbo a la taberna en la que habíamos previsto descorchar gratuitamente veinte botellas del nuevo jerez.
Habían abierto un pequeño toldo fuera del establecimiento, algo que solo hacían los días de mayor afluencia y lo cierto es que me agradó la cantidad de personas que se habían acercado, aunque solo fuese por el vino gratis.
También me alegré al ver allí a varios amigos míos de la infancia y actuales, que, aunque no habían venido a la lectura porque no les gustaban ni las letras ni la gente que acudía, al menos habían tenido el detalle de acercarse a felicitarme, y he de añadir, a probar la bebida.
Rápido me rodearon y la compañía de mis padres fue sustituida por la suya, hubo palmadas en la espalda, vítores, abucheos y peticiones de botellas y vasos, todo bajo la desaprobatoria mirada de los amigos más longevos de mi padre a los que mis compañías les disgustaban tanto como mi relato de la bruja.
En cuanto se le dio una botella, uno de mis amigos, temporero, puso su mejor voz de barítono y empezó a entonar mientras leía la etiqueta de la botella:"Corría el..." A partir de la segunda palabra comenzó a acercar la vista al adhesivo cada vez más y a leer más despacio, separando las sílabas hasta acabar totalmente rojo y abriendo la botella intentando disimular y olvidar todos los pares de ojos que hacía él se habían girado, y todas las gargantas que ahora reían.
Yo ya le había pedido al camarero que nos pusiese vino a calentar pues en uno de mis más reciente viajes, a Prusia, había aprendido aquella costumbre de los vinos invernales y quería enseñársela a mis compatriotas con nuestra nueva botella. En lo que tardé en ir a las cocinas y volver con un puchero de barro humeante agarrado con dos trapos que en su día debían de haber sido toallas, uno de mis amigos había intentado venderme a la camarera con la excusa de que era escritor, me zafé de ella como pude procurando ser educado y volví con mis compañeros que estaban olisqueando el vino caliente en sus jarras como si aquello fuese un invento diabólico.
Uno de ellos, un chico al que había conocido de niño pero con el que durante la adolescencia habíamos pasado mucho más tiempo juntos y que ahora se dedicaba a poner agua corriente en el pueblo, quizá ya envalentonado por el vino me pidió que le hiciese un tatuaje bajo la barbilla. Le pedí que bajase la voz mirando alrededor y rezando porque nadie nos escuchase. Todos mis amigos sabían que yo hacía tatuajes, pero si alguno de los conocidos de mis padres se enteraba se podía montar una buena en casa.
El tipo en cuestión estiraba el cuello y se pasaba el dedo por el contorno de la mandíbula de una forma que me parecía demasiado grotesca para la ocasión repitiéndome constantemente la misma palabra: "Dogma"
Debo mencionar que me sorprendió que un iletrado como él conociese el significado de la palabra y más aún que le sedujese el mismo hasta el punto de querer tatuárselo.
Procurando que nadie nos viese le agarré la mano y se la bajé prometiéndole que si, que lo haría. Yo sabía de más como se las gastaban los jóvenes con respecto a los tatuajes cuando estaban bebidos, hoy se querían tatuar todo el pecho y a la mañana siguiente se les olvidaba, así se lo expresé, que al día siguiente hablaríamos del tema y me aparté del grupo con la excusa de que al vino le faltaba canela.
Fui dentro a pedirle la canela al tabernero y me sorprendió gratamente que tuviese, machacó un pedazo de una rama entre sus gruesos dedos mientras me miraba con el ceño fruncido, a algunos hombres no les agrada que otros de su mismo género se dediquen a quehaceres poco sudorosos como la escritura.
Salí fuera a comentarle a mi padre la falta de canela, pero desechó mi idea con un gesto de su vino humeante, la receta estaba perfecta, me dijo. No bebí mucho más e intenté huir de las miradas de la camarera y del resto de mis amigos ya que, según corrían las tazas de vino, a la misma velocidad las seguían sus ideas para marcar sus cuerpos.
Aquel chico seguía repitiendo la palabra, aunque yo intentaba esquivarle, me miraba a través de la gente y movía los labios sin llegar a pronunciarla, "Dogma", y se sonreía como si me estuviese contando un chiste que solo nosotros dos entendiésemos.
Aburrido, me fui a casa, un blanco creciente asomaba por entre las nubes que dejaban caer una fina llovizna, con las botas embarradas y un candil en la mano caminé los casi dos kilómetros que separaban mi casa del resto del pueblo. A mi madre no le hacía gracia que caminase solo de noche, nunca le había gustado, pero ya tenía edad de hacer lo que me viniese en gana.
Iba pensando en una muchacha del pueblo, una joven de dorado cabello y los ojos de un tono esmeralda pálido a la que apenas si me dejaban ver por mi condición de escritor. Seguramente si me hubiese dedicado a moler a palos un trozo de tierra hubiese tenido más oportunidades con ella.
Con una noche semejante me gustaría poder relatar una terrorífica historia de fantasmas acontecida en la espesura, pero llegué al calor de la casa familiar sin incidentes.
Me senté al lado del fuego, puse las botas a secar, me calenté otra taza de vino en la cocina y encendí una pipa. Llevaría allí sentado al menos media hora cuando alguien llamó a la puerta, eran golpes suaves y rápidos, como de alguien que pretendiese no molestar.
Descalzo y desaliñado como estaba, ya que no esperaba visita, me levanté de un brinco hacia la puerta, pensando en si habría cerrado o no la valla del cercado, también escondí un pequeño cuchillo de cocina en el bolsillo de la chaqueta, solo por si acaso.
Pregunté quién llamaba a través de la puerta y una voz mortecina y temblorosa tartamudeó un nombre y la palabra mensaje, abrí prontamente. Era un chico del pueblo, que tendría unos doce años, alguien le habría prometido una buena cantidad por llevar un mensaje a aquellas horas, pero cobrando o no, no era un viaje apetecible. Me apiadé de él y lo invité a tomar una taza de vino caliente, incluso le ofrecí cama, ya que no me gustaba la idea de que le pasase algo en el camino de vuelta por haber venido hasta mi casa en horas tan intempestivas y en un invierno como aquel.
Se negó, fuera había empezado a llover y el chico estaba ya empapado, intenté insistir, pero el muchacho se marchó casi corriendo mientras esgrimía una torpe disculpa y sin aceptar siquiera un par de monedas por el viaje. Me quedé estupefacto unos segundos bajo el dintel de la puerta viéndole marchar, desde allí le pedí que cerrase la puerta al salir, al menos me oyó y me hizo caso.
Entré de nuevo en la cocina, intrigado por saber quién tenía tanta prisa como para hacerme llegar un mensaje a aquellas horas. El trozo de papel no estaba sellado, pero cuando lo abrí y leí lo que con una letra nefasta allí estaba escrito se me helo la sangre un segundo, arriba había un número 9 que supuse que sería una hora y debajo la palabra "DOGMA" escrita en mayúsculas.
Tiré el papel al fuego sin contemplaciones y me fui a la cama. Ya en la habitación le di cuerda al reloj y puse el despertador para las siete y media de la mañana, una hora antes de lo que solía hacerlo para levantarme a escribir.
Al día siguiente al despertarme me fui sin desayunar ni saludar, directo al pueblo. Como en la nota no se especificaba un lugar de reunión me senté en uno de los bancos de fuera de la taberna. El lugar estaba desierto, de hecho, todo el pueblo estaba desierto. Debían de ser ya las nueve de la mañana porque ya se adivinaba la luz del sol a través de la niebla, en ese momento deseé haber tomado algo antes de salir de casa ya que mis tripas rugían sonoramente.
Unos cuervos revolotearon a mi alrededor y fueron a posarse al otro extremo de la plaza, el cual, carente de edificación alguna dejaba al desnudo las estribaciones del bosque. Los cuervos graznaban sin parar y dos de ellos comenzaron a hacer círculos a mi alrededor, acercándoseme poco a poco.
He de confesar que llegados a este punto yo ya estaba lo bastante asustado como para plantearme huir, no únicamente por los cuervos que pueden ser animales terriblemente perniciosos, sino por la repentina desertización del pueblo un día común de trabajo. La luz seguía siendo mortecina y no cambiaba con el paso del tiempo y la niebla era densa y amarillenta.
Entonces una estridente risa me sobresaltó, provenía del otro extremo de la plaza. Todavía ahora se me eriza la piel con solo recordar aquel sonido gutural e hiriente. De dentro de un viejo castaño emergía; uno de los que, totalmente huecos por dentro dibujan rostros con la peor de las obscuridades. Del más grande y retorcido de los hollados y malformados troncos provenían aquellos gritos maléficos.
Dos cuervos se me acercaron demasiado y uno de ellos me hizo unos cortes en la mano izquierda con las garras, me debatí con las manos en el aire y se alejaron graznando.
Al levantar la vista y por entre el aletear de sus velas negras la vi. Allí estaba agarrándose a los bordes del castaño con unas uñas rotas y negruzcas que parecían tener mil años.
Su cara, si a aquel grotesco dibujo demoníaco se le pudiese llamar cara, estaba cubierta de una piel amarilla y pergaminosa que se unía al cráneo formando una risa malvada y canina de la que asomaban unos dientes podridos, los ojos eran dos bolas blancas hundidas en sendos pozos de negrura y de su cráneo colgaban mechones inciertos y rastas pobladas de cuentas de colores imposibles y plumas de cuervo.
Se retorcía dentro del tronco con sus larguísimas extremidades de pesadilla que me recordaron más a las patas de un insecto que a miembros humanos, estaban decoradas con tatuajes y pinturas y apenas cubiertas con trozos de pieles de distintos animales y sus cráneos, que colgaban aquí y allá de cuerdas y cadenas.
Aun encogida como estaba no me engañaba, aquel ser de pesadilla estirado debía sobrepasar los dos metros y medio, y uno solo de sus brazos debía ser al menos tan largo como yo de alto.
No soy capaz de describir el miedo que me entró en el cuerpo al verla levantar aquel dedo de ultratumba para señalarse la cara mientras acentuaba su perturbadora sonrisa. Entonces lo dijo; así en aquella posición inverosímil, pronunció la palabra y yo creí acabar de comprender la historia del mundo.
"Dogma"
Allí estaba frente a mis ojos la leyenda hecha carne.
Los cuervos volaron hacia mí y volví a cubrirme, pero esta vez no me atacaron. Cuando fui capaz de abrir los ojos solo quedaba uno de ellos y de su cabeza pendían trenzas y rastas cubiertas de cuentas, abrió el pico de forma desmesurada y cuando pareció que iba a graznar me desperté.
Estaba en la cama de la casa familiar, sudando, tiritando y con un picor extremo en la piel a causa del terror que me erizaba el vello.
Busqué a tientas una caja de fósforos para encender la vela ya que todavía era de noche, y cuando la encendí, allí estaba de nuevo, emergiendo del espejo frente a mi cama y gritando su nombre con aquella cara de calavera, empujando la brillante superficie de plata hacia fuera con una fuerza titánica.
Entonces volví a despertar y esta vez en mi mundo, en mi casa, en mi siglo XXI. Todavía sentía los efectos físicos del miedo y me tuve que rascar la piel a través de la ropa de cama largo tiempo hasta que desapareció la picazón y con ella el efecto más obvio del terror, luego miré el móvil que marcaba las nueve en punto. Bajé a prepararme un café.
Charlé con mi madre de cosas banales intentando disimular lo acontecido durante la noche, sin embargo, cuando estaba metiendo el café en la máquina, lo vi, y aunque está desapareciendo poco a poco, todavía es visible al igual que la imagen de "Dogma" en mi cabeza, los cortes en la mano izquierda que me provocó el cuervo al atacarme.
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