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Foto del escritorOrde Caos

Bruxismo

Relato de terror ambientado en un estudio de tatuaje.


Su pulcritud a la hora de limpiar y colocar el material de trabajo parecía una extensión de su insensibilidad ante el dolor del cliente. Trámites y daños colaterales provocados por el ansia de expresión artística. Una inoperancia del tan extendido sentimiento de compasión católica. Un respeto absoluto por la tradición y el oficio. Tenacidad, valor y constancia a partes iguales. Los ingredientes necesarios para alcanzar la cumbre del camino.

Los marcos atestaban las paredes con imágenes de distintos artistas, jaulas anexas en las que se guardaba un trozo de alma de cada uno; a veces daba la sensación de estar en medio de un cementerio, uno que guardase la esencia vital en vez de los restos mortales.

Con todo hecho se dejó caer sobre el taburete y sus piernas encajaron a la perfección en sus formas de silla de montar.

Resopló mirando la lápida de pizarra con su alias grabado.

Las máquinas de tatuar, perfectamente alineadas, parecían seguir vibrando. Demasiadas horas seguidas trabajando, demasiados días a la semana. Cuero tras otro apenas era capaz de recordar el color, grosor o elasticidad del último que había estirado para torturar bajo la aguja.

Faltaban veinte minutos para el toque de queda. No llegaban apenas ruidos del exterior y los altavoces habían terminado de reproducir el cd de China Town.

No deseaba exactamente volver a casa, pero tampoco ir a ningún otro lado, ni permanecer allí. Del hastío del cansancio a la rauda presión del estrés y vuelta a empezar. Recluido en los marcos temporales del virus no dejaba de ser otro trozo de alma anclado a la pared, otra imagen expuesta en el cementerio de vivos.

El dolor y la pérdida inherentes a alcanzar los sueños.

Una piedra con nombre de olvido descansaba en su bolsillo, pero ni ganas que había de recurrir a ella.

Volvió a resoplar pasándose las manos por la cara, todavía sentía un hormigueo que recorría sus dedos desde la yema hasta los nudillos gracias a la vibración.

Conscientes todos de que se vulneran nuestros derechos en pro de nuestra supuesta seguridad nadie alcanza a comprender del todo porqué no se nos aparta de elementos tóxicos o nocivos como el tabaco, la polución automovilística e industrial o la corrupción política y, sin embargo, parece imperativo el aislamiento absoluto por franjas horarias supuestamente para salvarnos la vida.

¿De dónde salían aquellas reflexiones?

¿Inconsciencia, insolidaridad?

¿Invulnerabilidad juvenil?

¿Hasta dónde podía seguir jugando a su favor la suerte del diablo?

Resopló por tercera vez y chirriando los dientes se contuvo de darle una patada al carro metálico donde guardaba el material de trabajo.

Estaba tratando de convertir todas sus reflexiones y sus sentimientos contradictorios en una bola blanda para tragárselos.

Entonces el susurro de un roce furtivo terminó con la silenciosa paz del estudio. Tenso como un clip-cord de veinte centímetros estiró el cuello aguzando el oído. Al hacerlo fue consciente de un pitido sordo, fruto seguramente del increpante sonido del martillo de la máquina junto a su oído durante horas. Iba a tener que usar cascos de obra como los de su padre.

Alzó una ceja contrariado, seguramente no había sido n…

Pero ahí estaba otra vez. Se levantó del taburete girando sobre sí mismo. El sonido era tan leve que era difícil definir de que parte del estudio procedía. Estaba seguro de haber cerrado la puerta de la calle. La primera luz roja se activó en su cerebro, alarma, pensando que uno de aquellos yonkis de la milla de oro del caballo orensano hubiese tenido las suficientes bolas como para tratar de forzar la puerta.

Otra fricción.

Y otra casi superpuesta.

Caricias de silencio roto contra papel de lija en la penumbra del estudio.

« …luces… enciende todas las luces…»

«… o vete, a tomar por culo mejor…»

«…el gaseto…la extensible… mecagoendios, puta manía de confiarse…»

Con las rodillas del atleta flexionadas y los hombros en posición defensiva pivotaba sobre sí mismo buscando el origen del ruido. Salir por patas significaba dejar el estudio vendido a quién cojones fuera que hubiese entrado. Y el Chema podía matarlo. Pero no eran estos los motivos del frío repentino que sentía entre los omoplatos. Y es que ahora le parecía que el sonido procedía de la trastienda, del oscuro sótano que hacía las veces de almacén.

Apretó los dientes con más fuerza todavía, sentía hinchazón en las encías y un sabor metálico y dulce le llenaba la boca.

Se había vuelto a hacer el silencio.

Pero esto no lo tranquilizaba.

Con el ceño fruncido solo esperaba a sobresaltarse con el siguiente error del intruso, aunque los botes de su corazón parecían gritar que era él el que no estaba invitado. En esa espera que eternizaba los segundos, sabiendo que cada vez se le venía más encima el toque de queda y sin atreverse a atravesar la puerta del fondo o de dejar vacía la tienda, acudieron en aluvión a su mente todas las extrañas experiencias en el local, tan aisladas y breves que las había pasado por alto. Ver un grifo que se abre lentamente por arte de birlibirloque, o una puerta que se cierra de golpe sin un solo soplo de corriente. Ese olor a carne en descomposición que aparecía y desaparecía repentinamente en el sótano. La súbita sensación de ser observado y la incapacidad de mirar atrás, hacia el oscuro sótano de paredes húmedas y bombilla colgante y desnuda; la seguridad de que si miraba por encima del hombro vería algo, escurridizo, oscuro y tenue, quizá solo una sombra. O quizá algo más.

Entonces un sonoro golpe terminó con la espera. Había sido un gong contundente, como el que haría un kilo de carne cruda sobre una fina chapa de aluminio.

-Que te den por culo…

Dijo susurrando entrecortadamente.

Recogió la mochila del suelo y tanteó los bolsillos buscando las llaves. Sin poder evitarlo sus ojos se detuvieron un instante en la puerta de cristal esmerilado y chapa que conducía al almacén. Contra la luz halógena del patio de luces se recortaban unas sinuosas formas de largas extremidades, sombras arácnidas y sinuosas. No recordaba si había cerrado con llave aquella otra puerta, pero no se iba a detener a comprobarlo, esquivando taburetes y camillas avanzó hacia la sala de espera que lo aguardaba envuelta en penumbra. Los trozos de alma de artista que allí estaban dispuestos lo contemplaban con malicia desde sus jaulas, como depredadores en cautividad a los que se les muestra un jugoso premio.

Los ruidos ganaban fuerza y se sucedían en la trastienda, sordos, mudos, desordenados. En sus manos temblaba el manojo de llaves. Un llavero de Montana, otro de Black Poison, llaves de casa, de casa de sus padres… se juró internamente que en cuanto todo aquello pasase iba a llevar solo lo indispensable encima.

Cuando todo pasase.

-Mierda joder.

El llavero cayó al suelo con estrépito y un eco metálico sonó a sus espaldas. Casi pudo visualizar como se formaba la gota de sudor bajo la vena hinchada de su sien izquierda. Era la puerta ¿verdad? Joder era la puta puerta, la podía haber cerrado, ¡coño!. A medio agachar en la lóbrega sala de espera, con todos aquellos rostros monstruosos mirándole desde las paredes sabía que algo avanzaba n las cabinas bajo la luz de emergencia, podía sentir la corriente de aire templado con el típico olor a azufre del agua de Las Burgas. ¿Eran pasos?

-Shhhh.

Le ardía la cara de puro terror. ¿Qué era aquel susurro? Parecía alguien pidiendo silencio.

-Tsssshhh

Ganaba intensidad a medida que se acercaba. Si aquello eran pasos furtivos eran tan silenciosos que no quería saber quién o qué los producía.

En un brusco gesto por pura supervivencia giró sobre sus talones y se pegó a la pared tratando de ocultar su cuerpo tras una vitrina, de poco podía servir ya que era toda de cristal. Mudo y temblando de puro terror miró hacia las cabinas a través de la cristalera del mostrador. Recortada contra la pálida luz de emergencias una figura oscura se movía a trompicones en una posición encorvada. Parecía estar buscando algo, avanzaba entre las camillas y los carros mirando debajo y detrás de cada objeto. Y a cada poco repetía:

-TSHHHHH

Cada vez más alto y cada vez se acercaba más a la sala de espera. Al estar más lejos de la luz de emergencia sus movimientos fluctuaban con la oscuridad que lo rodeaba haciéndolos grotescos y antinaturales.

-TSSSSHHHHH TSHHHHHSHHHH

Estaba solo a unos cinco metros de él, a punto de rebasar la línea del mostrador, alargaba unas delgadas extremidades delante de sí lo que lo hacía caminar prácticamente a cuatro patas.

-TSSSSSSHHHHHH HEEEEHHHHH TSSHHHHHHHH

Los sonidos mortuorios de aquella garganta conseguían que le escociesen los ojos y le ardiese la piel de las mejillas y la nuca.

Ya estaba allí.

Y Xandre no tenía con qué defenderse.

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